¿Qué somos hoy en día los seres humanos? ¿Qué nos define? ¿Cómo puede alguien describirnos? ¿Somos acaso los balances de nuestras cuentas bancarias? ¿Nuestros hábitos digitales? ¿La serie de HBO que acabamos en un fin de semana? ¿Las horas de podcast que escuchamos? ¿La app de mindfullnes que nos ayuda a paliar los ataques de ansiedad? ¿O acaso somos nuestras compras de Amazon o las cosas que le preguntamos a Chat GPT?
No importa cuanta información generemos, y cuanta información registren los servidores, y cuánta información procesen por medio de PythoN. Lo humano siempre estará en otra parte. En las grietas, en lo no dicho y, por ende, no registrado. Lo humano necesita ser experimentado.
Sin experiencia, dice Jaron Lanier en You’re not a gadget, la información está alienada. Es solamente un cúmulo de fragmentos inconexos. Pueden analizarse, encontrar patrones, predecir, crear modelos de lenguaje a través de algoritmos. Pero la información solo podrá ser experimentada, bajo cualquier circunstancia, por un ser humano.
Claro, esa información tiene un efecto siempre en el humano. Casi que define nuestras vidas. Damos información y nos es devuelta procesada según una óptica particular. Por eso, necesitamos vivir la información. Que los gigantescos cúmulos de datos sean filtrados siempre por lo humano, una, dos, mil veces. Cada vez más fino. Para que el producto de ese análisis no sea algo que nos sepa artificial, lejano, extraño.
Las fantasías apocalípticas que auguran el fin de la humanidad no toman en cuenta el hecho de que, como dice Jaron Lanier, la única manera de que única manera en que una inteligencia artificial se equipare a la complejidad de un ser humano, es que el ser humano se rebaje a sí mismo.
Una IA puede procesar datos, pero no puede experimentar nada. Un modelo de lenguaje no puede sentir dolor, y por ende, no puede ser genuinamente empática. Y me atrevo a decirlo, no podrá hacerlo. Y es allí donde seguimos siendo necesarios.
La información necesita ser experimentada, más que procesada. Y esto no es una cuestión de velocidad. La experiencia se funda en más allá de lo que es medible, e incluso, observable. Es única y diferente cada vez. El potencial inexplorado de lo humano es potencialmente infinito.





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